Es un pueblo alejado de la ciudad y su bullicio, siguiendo una vereda estrecha e irregular, entre la vegetación seca y espinosa. se oculta bajo la superficie rocosa una bóveda circular donde el vital líquido permanece frío y transparente, coloreado apenas por tonos azulados, arriba la tierra se levanta con el movimiento de los pasos, impregnando la piel de polvillo rojo y el sol ardiente de la tarde brilla intenso en derredor. Más allá comienzan las primeras casas, unas todavía chozas bordeadas por albarradas donde retozan iguanas y las pitahayas rastrean en busca de paredes y árboles para treparse y en cuyo patio crecen diferentes frutales: guanábanas, nances y caimitos, muchos gracias al cuidado de manos humanas, hay también otro tipo de árboles propios de la región que escogieron veredas y patios, éstos son como buenos vecinos en lugares donde la sombra es tan apreciada como el agua. La vida aquí parece estar suspendida entre un galopante desarrollo y la placidez del pasado; aquí parece haber todavía magia cuando las noches se llenan de estrellas en el cielo y de luciérnagas en el aire, la gente con medios mira sin que le concierne imágenes lejanas y anuncios que ofrecen acción y vanidad, aún hay sin embargo chozas donde la familia vive de acuerdo a las tradiciones de sus antepasados adaptadas según lo exige la época actual; los niños en estos lugares por lo general todavía juegan sin malicia y lo más viejos platican con el que los quiera oír relatos de aparecidos, divinidades y duendes que todavía merodean en los alrededores. Ahí escuché yo por primera vez acerca de las ninfas de las aguas, y cierto o no la verdad es que el agua en sí tiene vida propia, así sea violenta como en las tempestades o como los cenotes de la región: plácida y tímida; me contaron que dios, en su amor por lo creado hizo varios huecos con su dedo formando así las oquedades donde se conserva desde hace siglos la preciada agua para que sus hijos pudieran vivir, encargando a las ninfas que preservaran su pureza, las ninfas salían de la pequeña abertura por las noches, vestidas con hermosos hipiles bordados con figuras de peces y tortugas brillando a la luz de la luna, su piel rojiza se confundía con la tierra alrededor, sus cabellos tenían el color de las carpas que alimentaban en el cenote para jugar escondiéndose risueñas entre arbustos y piedras, pero cuando oían aproximarse algún humano callaban, porque sabían que los humanos conocen la maldad y ellas son criaturas diáfanas que solamente se dejan ver si el humano es lo suficientemente bondadoso y honrado para reconocer y vencer su maldad, son ellas las que revelaron a los antepasados su existencia y los guiaban a esos pozos, los hombres agradecidos se establecieron alejados de ahí para no turbar la tranquilidad de las ninfas y sólo tomaban el agua necesaria para su sustento y aseo. Así ha sido y así debe continuar, porque cuando si la gente no las respeta entonces ellas castigan con la vida o la salud al que las ofende, porque es esa es la ley y nosotros, seres necios y orgullosos no la respetamos.
Durante un tiempo, me dijeron, la gente se confió y se olvidó de que el agua tenía guardianas, fue perezosa y quiso acercarse demasiado a la fuente, y una vez que lo hizo empezó a ensuciar el pozo, entraban, chapoteaban sin ningún respeto, arrojaban piedras, sacaban los pescaditos, comían y dejaban sus desperdicios, también lo frecuentaban delincuentes y borrachos que gritaban obscenidades y por las noches, a la luz de las velas defecaban ahí, las ninfas fueron pacientes y hablaron con los mayores entre la población, se presentaban ante ellos, al principio tristes, con sus hipiles manchados y el cabello enmarañado a pedirles que recordaran su promesa, a los jóvenes se les presentaban como brujas viejas llenas de verrugas, con los rostros negros como el carbón y los ojos serpentinos desprendiendo chispas, envueltos sus cuerpos huesudos en harapos, amenazándolos en sueños; pero mientras unos exhortaban a los otros a comportarse cabalmente, los otros fueron groseros e intensificaron sus malos hábitos, sucedió entonces que un día la gente ya no encontró la abertura del pozo donde siempre había estado, los borrachos que esa noche se habían metido ya no aparecieron más; se dice que las ninfas, hartas de tanta degeneración sellaron la entrada; la gente, avergonzada por fin lloró y gimió por días pero sin resultado, los ancianos ordenaron que regresaran a su antiguo asentamiento y organizaron rezos por las noches en el lugar donde estuvo el cenote, pidiendo perdón, juran que durante ese tiempo se podían escuchar los llantos y lamentos de los desaparecidos; fueron necesarias varias semanas de rezos ininterrumpidos y fe inquebrantable para que las ninfas decidieran darles otra oportunidad, con la condición de que a nadie revelaran su ubicación y renunciaran al mundo exterior, para ese entonces los menos pacientes ya habían abandonado el pueblo; la entrada se abrió nuevamente pero las ninfas ya no se volvieron a dejar ver, como silenciosa advertencia a los humanos, ellas no están solas, hay una serpiente enorme que recorre los interminables túneles subacuáticos y si alguien osa irrumpir sin permiso u ofende a sus ninfas ellas los hundirán para que la serpiente los devore, por eso, mientras chupo unas huayas aquí en la plaza principal, debajo del árbol, les aseguro que todavía existen, que nos miran desde el fondo, que no dudarán en arrastrarnos hacia sus túneles interminables para entregarnos a la serpiente, si nos fijamos podremos ver el bordado de sus hipiles flotar en la superficie cuando un rayo de luz entra por la bóveda y se descompone en colores, fíjense bien y en silencio verán esos rostros traslúcidos, son las sirenas del pueblo, criaturas perfectas, bellas y divnas como la flor de mayo, por eso aún ahora los pobladores que conocen el valor y el poder de sus cenotes, los cuidan y piden permiso antes de entrar a sus aguas, de vez en cuando también les llevan presentes y limpian, estar adentro es ciertamente entrar a otro mundo, afuera el calor es asfixiante y la piedra reflecta al sol, pero una vez ahí, al contacto con el agua fría el cuerpo revive, un grupo de pescaditos se nos acerca si permanecemos quietos y nos hacen cosquillas con sus minúsculas bocas; sí, ya sé que el hombre a construido sus propios pozos, sus propias grutas, pero lo ha hecho inspirado por sitios como éste, pero vacíos, el agua en ellos no habla ni inspira, ni nos recuerdan con su silvestre estado la grandeza y el poder del creador.