Alberto Escobar

Mi éxito

 

No hay éxito 
que no acuda
tras el fracaso. 

 

 


Perverso traicionero.
Amigo que parece entrañable
a primera vista, simpático,
que nos viene con la mano
abierta para llevarnos 
a la nada; seductor a la vieja
usanza, actor de buen carácter
que tras una fachada irresistible
guarda la guadaña de la parca. 
Galán de sonrisa brillante,
de dientes blancos más que el marfil,
de ojos grandes, verde mar, 
de semblante magnético,
de díficil resistirse, de palabra venablo
directo al corazón, de semántica
engañosa, envuelto en humo ritual. 
No es este el éxito que me seduce. 
El mío viste de botines de deporte,
de camiseta y pantalón de andar
por casa, no va de esmoquin falso,
no con sombrero de copa y barita
mágica plegable en el bolsillo, 
no; no es ese el mío, ese es el del mundo,
el que se ofrece en las esquinas, calles,
y vallas publicitarias anunciando un elixir,
una ilusión de pimienta negra, de plata
oxidada, una promesa que nunca llega
a prometerse porque no se promete, 
un logro que si lo compras no se podrá 
reclamar porque se sabe que es mentira,
y quien le dé crédito es un ingenuo. 
El mío apenas se vislumbra a lo lejos,
al final de un pasillo sin luz, sin aire, 
de hormigas que llevan de sus fauces
trocitos de hierba seca, sin invierno,
sin disponer siquiera de un hormiguero.
Es bañarse desnudo en un tunel de lavado,
dentro de un coche jabonoso, y reír. 
El mío es el subproducto de tanto fracaso,
de uno tras otro, y es esa ristra interminable
lo que le da consistencia, sustancia, sabor,
lo que lo hace respirable y comestible. 
El mío es no lograr lo que me propongo,
es levantarme detrás de cada caida, tropezar,
o mejor dicho, es caerme primero y sentir
la necesidad de levantarme para volverme
a caer y así, cual hámster, recorrer una rueda
interminable hasta que esta deje de rodar
por falta de ganas, por deceso. 
El mío es rebelarme a ser derrotado
por la incontestable fuera de la naturaleza, 
esa que me florece y desflorece a la vez,
cada día, con cada nuevo haz de rayos
a través de mi ventana, que me levanta
y me acuesta en un carrusel interminable. 
No creo en el éxito, sí en el descanso
tras un buen esfuerzo, sí en el abrevadero
que el camino ofrece al que tiene sed
y se sienta para pensar qué lleva hecho,
qué merece o no la pena, qué la merecerá
a partir de ahora y vivir, respirar hondo
el aroma de las flores en las calles, gozar. 
sí, ese sí es mi éxito —y resistir el desgaste...