J. Moz

La furia del SIGLO (3 de 4)

LA FURIA DEL SIGLO (3 DE 4)

V

Hay un grito universal esta noche,
donde crece una elegía desmesurada.

En mis labios cuelgan rezos descompuestos,
semejantes a un coro de aves moribundas.

Aves mensajeras.
Aves agoreras.
Aves carroñeras.

¿Cómo soportar el azote invisible
de la desgracia, su retumbe,
su herida carcomida, su rabia
y su veneno floreciente?

Ay de mí que lloro en la ceniza.
Ay de mí que vivo entre la bruma.
Ay de mí que aúllo sin perdón.

Y heme agonizando, oh infausto,
ante el más crudo lamento,
ante la más cruel oscuridad,
ante el sagrado muro del silencio.

VI

Estalla la sentencia más temible
dictada por la furia de los dioses,
se extiende plenamente la demencia
y retiembla el sello más terrible:

reina el cetro más impuro,
llora y ruge la dolencia,
crecen los designios más atroces:

las manos postradas en el lodo,
la sangre derramada en las espadas,
se pierde y se retuerce todo
al compás de las heridas desalmadas.

Canten, oh rapsodas,
los hechos del siglo negro,
canten con voz en pecho
la gesta de los vivos y los muertos.

En lo más hondo del cielo
un coro vocifera duelos,
caen los héroes, cae la victoria,
y en un instante
el mundo se vuelve siniestro.

La madre entierra a su niño,
el marido pierde a su esposa,
el hermano le llora al hermano,
y la bestia con su vil mano
aplasta el rezo y la rosa.

Las plegarias intentan en vano
detener este embate letal,
lo negro, lo ruín y lo ufano
sacian su deseo carnal.

La bestia se alza sonriente,
infinita y persistente,
arrastrando al ser humano
hacia el yugo inmortal.

Las misas se vuelven cenizas
entre el grito y la penuria,
y las almas enfermizas
van cayendo atormentadas
con sus auras hechas trizas.

Los señores más oscuros
llevan en sus ojos
promesas enlutadas,
los señores poderosos
van rugiendo más impuros,
y con capa y con espadas
se yerguen afanosos
injuriando a todo el mundo.