Era cuando las águilas concluían el vuelo
y las cucarachas reptaban hacia sexos doloridos.
La memoria de los prostíbulos, invadía el océano
como semilla de todos los tiempos, mientras, en las avenidas,
se trituraban los espejos donde no se reflejaba ni una sola
anatomía. La mente era un hervidero; de luz, de sangre,
de oleajes inciertos, navaja ardiendo en la verdad
de cada día. Tú eras, déjame decírtelo, la meretriz
sin suelo ni rectángulo, geometría copiada como un boceto
debajo de los pupitres. Ofrecías el pie terso, el barco
diseñado, por arquitecturas ambiguas: yeso y noctámbulo,
palidez y éxtasis tras los almendros. Me perseguían
las cuchillas de un frenesí pasado, a mí, que miraba la noche.
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