Puesto que algún día hay que morir
elijo hacerlo entre tus manos
en el lecho de azucenas
que esconden tus dedos,
en la cálida primavera
que habita en las palmas
de tus manos.
Allí estaré guarecido y perfumado,
a salvo de otras muertes
y de otros labios.
Allí me encontrarás
cómodamente sentado,
quizá dormido.
Esperando.