Ofreciste tus lágrimas
caladas hasta los huesos
en nuestra despedida.
¡Casi me engañas!.
Volviste a vestir el elegante
traje del engaño. Suerte la mía,
que algo me puso en alerta, fue
como un destello, alguna vez visto,
de sospecha.
Decidí no entrar en tu juego, y
dar media vuelta.