Sobre la mano
estabas, mariposa,
adormecida.
Era el descanso
después de un largo viaje
el que buscabas.
Y aquella mano,
(la tuya, la recuerdo),
se lo ofrecía.
Eran tus dedos
un nido de caricias
y de reposo.
Y tus pupilas
brillaban con orgullo
en la mañana.
¡Qué bello instante
dejabas con tu gesto
y en un suspiro!
Yo me acerqué,
despacio y en silencio
hasta tu lado.
Y contemplé
la magia de aquel acto
y tu sonrisa.
Busqué tus labios
robando de los mismos
una sonrisa.
Se abrió tu mano
volando hacia los cielos
la mariposa.
Rafael Sánchez Ortega ©
17/07/23