Un lapicero en el café, un encuentro inusual,
dos mundos que se fusionan en un instante fugaz.
El aroma del café envuelve el ambiente,
mientras el lapicero espera su momento impaciente.
Las manos se acercan, cautelosas y temblorosas,
una taza caliente, humeante y deliciosa.
El lapicero se sumerge en el líquido oscuro,
un baño inesperado que lo envuelve en su conjuro.
La tinta se desvanece, se mezcla con el café,
una danza mágica de colores y trazos al revés.
El papel se convierte en un lienzo improvisado,
donde la creatividad surge sin ser esperado.
El lapicero dibuja sueños en cada sorbo,
pinceladas de tinta que tocan lo más profundo.
Las palabras se entretejen con cada trazo,
creando historias secretas sin un punto final.
En ese café, la inspiración se desborda,
las ideas fluyen y el tiempo se desordena.
El lapicero se convierte en cómplice del momento,
plasmando pensamientos, dejando un sentimiento.
El aroma del café y el trazo del lapicero,
se entrelazan en una danza llena de misterio.
Un encuentro fortuito que el destino fraguó,
un lapicero en el café, una historia que se dibujó.