Quien soy yo -me pregunto- después de todo.
¿Acaso un desierto oscurecido
con páginas de muertos
y el aire sucio de las voces que aman el olvido?
¡Solo sé que una interrogante en el pecho vacío
es un dardo que le sonríe
a las sombras cada vez que te ausentas!
Puedo ser alguien que no vivió jamás la flor
de alguna primavera,
antes de la aurora de tus ojos y la espuma
de tus manos.
Y acaso sea una buena razón morir cada vez
que llego y la aldea me dice está vacía,
si acaso la noche se despierta y
junto al silencio trenzan una soga en mi cuello
que se desnuda como un Judas.
¡Eres tú -mi flor del alma- quien nunca falta,
cada vez que la higuera de la soledad
se extiende por estos lares!