Tiene que estar muy cercana,
tiene que estar aquí mismo.
No en la montaña lejana
ni en el fondo del abismo.
Mirando por la ventana
se creaban espejismos;
en los robles, sus retoños,
en los reflejos del sol
al caer hojas de otoño
y pintar el girasol.
Hasta el agua de la fuente
reflejaba su figura
con su rostro sonriente,
transmitiendo su frescura
a mi resecada mente.
Tiene que estar muy cercana,
me decía al despertar
y aun despierto, en la mañana,
no dejaba de soñar.