Fui viento,
entre muros o atalayas,
despejando clemencias,
e inventariando el tiempo
y sus devastaciones.
Reitero mucho las palabras,
como Mozart sus números hipocondríacos,
o Schubert, la Muerte y la doncella;
¿por cuántos siglos y lápidas azules,
están ahora golpeando los tímpanos las lágrimas
de viejos bailarines? Asisto impertérrito
a este baile de cifras asesinas, molestas, taciturnas.
Mientras hace frío y el anestésico surte su efecto,
yo danzo un dátil coloreado, un color lleno de óxido.
Viento, silbido, entre sombras y caballos ligeros.
Mas no me apena nada. La lúgubre caravana desértica,
con sus tules negros, cae en mil pedazos sobre
mi memoria erguida.
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