Lourdes Aguilar

CANTO DE LLUVIA

El suelo no es tan frío o caliente cuando llueve, ni las gotas golpean tan fuerte, después de las primeras, las que siguen y me empapan me recuerdan que vienen de lejos, absorbidas del mar, o de un pantano, pero una vez estando allá en las alturas se blanquean y son una bendición, les pregunté a los árboles, le pregunté a la hierba, a los pájaros y me dijeron que las esperan ansiosos; al rato las ranitas saldrán de sus escondites, despertando de su letargo, oigo su coro contagioso, entonando algo así como de amante en larga espera frente a la mesa donde reposan una botella y dos copas, en el balcón donde el viento trae de los árboles hojas secas y cuyo corazón reseco no halla hallará más placer hasta tomar la mano de su amada, porque su rostro es fresco como la lluvia, porque su cabello es el manto de hierba a donde puede recostar su cuerpo cansado, y penetrará en sus ojos cual pez, de su boca bebe, las ranas me lo contaron, un pajarillo que en las ramas se columpiaba lo repetía: el aliento de la tierra que encharca los pies es la madre que recibe a su hijo ausente, sus riachuelos al formarse son sus venas que recorren su cuerpo rejuveneciendo y llevando su energía como pensamientos a su seno alimentándolo, eso me contaron los árboles que conocen más que yo, que saben de paciencia y de amor incondicional.

  Ya puedo mirar al cielo y ver esas gotas no como agujas sino como confeti, el viento no es frío, mi piel ya no tiembla, estoy en plena lluvia y no necesito cerrar los ojos, el olor me embriaga, bien podría desvestirme y quedarme cubierta tan sólo con esa cubierta de gotas en todo mi cuerpo y dar vueltas mientras el agua se desliza rápida formando una falda con sus cascadas, el agua que lava, el agua que habla, me trae voces desconocidas pero armónicas, gotas y gotas foráneas que vienen de otras ciudades, de la selva, del mar, de los pantanos, del río profanado por la inmundicia moderna,  todas ya puras y claras , aplastando los humores humanos que tanto daño le hacen para llevárselos abajo, a las profundidades y dejarnos renovados, criaturas de dos patas que corren como ratoncitos ante la cortina de agua, gente enfundada en plásticos, amontonada bajo los toldos,  ya no corran, ya no maldigan, busquen cubetas, saquen las ollas, destapen tinacos, reunamos las gotas, escuchemos su concierto, en nuevas fuentes que sigan cantando, hagamos una gran alberca, nubes blancas, azules o negras que se desgajan en la altura aquí las conservemos y a la nueva alberca invitemos garzas y patos, nazcan en ellas peces y sea una nueva laguna.

  No habrá más qué correr entre charcos oscuros de lodo, no habrá alcantarillas que escondan la suciedad de la calle, ahí en esa nueva laguna almacenemos las nubes y en ellas contemplemos su claridad, plantemos en derredor flores y por la noche atrapemos el cielo estrellado entre sus aguas, escuchemos lo que de lejos han venido a decirnos, gotas cayendo presurosas, gotas parlanchinas, gotas escurridizas, por calles y avenidas, lavando los patios, acicalando las plantas, besando las flores, afinando los picos y lustrando las plumas que se sacuden del gozo, puliendo los parques, aplacando el abraso del sol, de noche o de día, bienvenidas sean.