Harley Ezel
El poeta ha muerto en su escritorio
Ha escrito un sinnúmero de elegías dejadas en un desván,
no hay elementos que seguir, no hay premura para continuar.
Suenan y suenan las teclas de la máquina de escribir,
están día y noche al compás de la sinfonía de Chopin,
la inspiración es ubérrima,
el deseo imparable.
Me desvela y no me desconcentra el seguir cada una de sus palabras
que aún no leo, pero sí percibo con el sonar de sus teclas.
No tengo curiosidad por llegar hasta su puerta y molestarlo.
Se detecta un ambiente de sosiego y tedioso.
Ahí está ese sonido que con las horas aumenta cada vez más
penetrando mi oído, el liróforo no ha parado de escribir,
es el histrión de su propia obra,
pero con las horas el sonido va disminuyendo,
no me desvela, y ha bajado su ritmo, a menos que sea por su máquina
añosa, pues no, el cansancio al fin lo atrapó, me ha dejado en
suspenso, esperé un tiempo para volver a oír ese sonido;
nada, no hay nada más, la melodía de Chopin ha terminado
y el sonido de las teclas no ha regresado,
al fin crucé la calle y llegué hasta su puerta, para dejar una rosa
porque no tuve dudas de que el poeta había muerto en su escritorio.