ElidethAbreu

Pobrecita Cosa

POBRECITA COSA.

 

Aquel chico, como después de cada aguacero que coincidía con su hora de ensueño ,va al pozo que se forma al final de su callejuela ,y avienta achatadas piedrecitas que rizan la turbia agua y van a parar a algún lado, a destino desconocido , como el suyo.

 

Aquellas marrones aguas a el le parecen tan azules como el mar, aquel que anhela ver y que su abuelo mencionaba en sus historias y en cuyo fondo había un mundo mágico , lleno de color.

 

El sonido de cada piedra lanzada ,era la brisa que cantaba junto a la enorme extensión de agua donde mojaba sus pies en las orillas, oh que olor tan rico y que aire tan limpio expandía su famélico pecho.

 

Ah! Una de sus piedras he hundió, de seguro el Dios del mar la tomo para regalarla a su nieto favorito, o tal vez un enorme pez la trago creyendo que era pan.

 

De repente , se queda quieto, dejando reposar las aguas para esperar al grupo de sirenas que de seguro vendrán a cantarle y a danzarle como siempre y donde jamás faltaba aquella morenita de ojos almendrados , que el decidió que era idéntica a su madre , esa hermosa chica que se fue al traerlo al mundo con escasos quince abriles y de la cual el abuelo le hablaba con amor y con ojos aguados.

 

Que felicidad! grupos de sirenas bailaban y chapoteaban en las azules aguas, pero en cada vuelta, su morenita le miraba y le sonreía. El sentía como si unos brazos maternos le estrecharan y como si se tomara de un sorbo la luz del sol.

 

Cierra fuertemente su ojos y mantiene sus huesudos bracitos rodeando su pecho, sus pies parecen elevarse de las orillas aperas del pozo pues siente que pisa una área fina , blanca como el azúcar que usa la esposa del patrón , tibia y con ese olor especial que le hace agua la boca.

 

De pronto, el capataz de la plantación grita su nombre y con los ojos cerrados corre hacia su puesto de trabajo recogiendo los restos dejado por los adultos en aquella plantación. No desea mirar hacia atrás no desea ver que su mar volvió a ser aquel pobre pozo y que desde allí su morenita de ojos almendrados no podrá emerger y sonreírle y darle esa mirada que solo una madre podría otorgar.

 

Ya no le duelen los gritos y azotes de sus capataces, en fin , ellos son tiburones y el un simple pez, no le pesan las cargas que tiene que acarrear, no le molesta el crujir de su estomago vacío, ya no llora la partida del abuelo pues en una semana, una sola semana, tendrá otra ahora libre y volverá a su pozo, este de nuevo será su mar y su morenita, esa de ojos almendrados , lo volverá a mirar .

 

A este chico valiente , a esa pobrecita cosa, me gustaría obsequiar las aguas de los siete mares y que en ellas pueda extasiarse cuando tenga un minuto para sus piedras lanzar. También le regalo una hora eterna para vivir y respirar y los frutos del mar y la tierra para su hambre saciar .

 

Le regalo los abrazos que la madre no pudo dar y la protección del abuelo, para su vida preservar , agrego un sistema legal donde los niños sean el gran ideal y donde la vida y su cuidado sean un elemento esencial.