El oprimido,
al perder el miedo y el terror,
gritó a los cuatro vientos:
¡Soy libre!
Y recobró las calles.
Y expresó su ira.
Y tembló el dictador.
Y vomitaron las armas
su fuego de muerte.
Y el asfaltó se tiñó de rojo
con la sangre del pueblo.
Y continuó la lucha
en una guerra asimétrica:
Balas asesinas contra pancartas,
un papagayo, voces de protestas,
pechos como escudos.