FIDEL HERNANDEZ

Eterna dulce condena

¡Salve a ti, oh, princesa de las tinieblas,

heredera de Inanna!

En tus sienes una corona

de rosas negras con espinas

realza tu hermoso largo pelo;

cubre tu angelical cuerpo

una dulce desnudez

que no quiere ocultar

ese transparente tul

que incita a los sentidos más libidinosos…,

que perfila tu marmórea esbeltez.

En esta fría noche oscura

vaga ingrávida tu figura

sobrevolando mis sueños

mientras un ojo te guiña

el mismísimo Hades,

dios de los avernos…

 

Deja, ¡oh diosa mía!,

que este juglar de tu belleza

se convierta en Entil

para beberte otra vez;

tú, elixir de mi vida;

y pueda introducirme en tu cuerpo adorado…

O si no es ese tu deseo, princesa mía,

permíteme ser Khayman

para hacer el amor contigo

y con aquellas dos pelirrojas gemelas

que compartieron dentro de ti

tu mismo espíritu…

Mas si crees que no tengo

la sangre azul turquesa

de tu reinado del limbo,

hazme un simple vasallo tuyo

y enciérrame con las diez mujeres

para conservar esta especie

que tanto necesitas para tu vida,

para tus deleites…

 

¡Oh Princesa Akasha!

sube al trono de la noche,

perdóname por amar como amé,

ofréceme la inmortalidad de tu dentellada,

dame la vida con tu muerte,

funde tu sangre con la mía

y vivamos aquella eternidad

que nos fuera arrebatada

hace seis mil años y un día…