Donde sueñan
los niños su primavera,
de crepúsculos suaves
y fuegos, bajo los toldos
aniquilados. Que se llenen sus costados,
de dulces prendas invariables, y crezcan
teñidos de rojo, sus labios ateridos y neutros.
Que a sus voces, se les adhiera
el canto estentóreo de una paloma,
y desde las largas ciénagas, los juncos
toquen cielos azules y rosas.
Por los pasillos tenues
del llanto, se crucen los ánades y los espejos
en sombra. Que no se pongan el atuendo
rígido que los arroja
a un mundo superficial y engañoso. Que no sean
los maniquís de los cornudos y los desesperados,
ni las mujeres, dancen al son más secreto
de las brutales escayolas, eterna plegaria.
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