Y se apagó la estrella,
divina, inútil, débil como toda figura,
más nunca dejó en ella, pues nunca dejó en ella
la prueba indescifrable de su literatura.
Hoy ya no tiene brillo,
su frente está pálida, sus manos cristalinas.
Su boca, aún conserva la risa del castillo,
dejando al descubierto las músicas latinas.
Y emprenderá su marcha
hacia lo incalculable donde invade un quizás;
ella, mustia y disuelta, sesgada como escarcha
dejó impresa su lira que no calla jamás.
Y ya se fue una estrella,
y ya se fue una estrella sedienta de color,
seguro que el espacio pregunta ¿quién es ella?
Pues ella es la doncella que ha muerto por amor.
Samuel Dixon