El mar inmóvil
muere de pronto en la orilla;
atrás queda
la repetición constante de las olas,
la espuma que brama
en una superficie que ya es ajena;
ahora hay una mujer de arena
que abre los brazos y recibe
toda el agua, la besa,
tiene el don de la bienvenida;
y entonces empieza
esa otra parte del mundo,
ese costado que, desde el agua,
parecía un espejismo/