Lloran los robles
ancianos, de los bosques,
tan solitarios.
Hay gruesas gotas
que salen de sus ramas
hasta los suelos.
Y por el tronco
el agua se desliza
entre los musgos.
Troncos tatuados
de robles y notarios
de mil encuentros.
Yo los recuerdo
de estar bajo su sombra
en el verano.
Y susurrar
palabras y caricias
a quien amaba.
También llevé
arrugas de mi alma
algunas tardes.
Preocupaciones,
problemas y mil dudas
de juventud.
Y, por supuesto,
el llanto de aquel niño
en primavera.
Hoy, es el bosque,
de robles centenarios
el que ahora llora.
Rafael Sánchez Ortega ©
28/07/23