¿Por dónde empezar?, me pregunto.
Mis manos se entumecen al intentar escribir,
como si un monstruo devorara mi alma,
como si un ser oscuro me despojara de toda felicidad.
Quizá me atribuyo demasiado, y es que tener un día,
al cual poder llamar mío...es abrumador.
Quisiera no tener miedo al despertar en mi onomástico,
cuando enfrento mi existencia.
No tengo nada extraordinario que ofrecer,
ni un Alcázar donde ocultarme,
pero tal vez pueda hallar refugio en los lagos apolíneos de Velásquez,
donde la serenidad reina,
y se observa la inquietante contradicción en los ojos serenos de sus musas.
¿Qué es un onomástico?
¿El recordatorio del envejecimiento de nuestras células?
¿Nuestra innegable existencia?
O tal vez se refiera al hecho de que puedo morir mañana.
Sinceramente me aturde escribir
sobre algo en lo que ni siquiera puedo pensar,
solo quisiera entregarme todos los días a vivir, a mí misma.
Tal vez es un recordatorio
de que te debes entregar a los demás una vez más.
Mis manos tiemblan, no por frío,
mis ojos lloran, no por tristeza,
es el mal inherente a los seres humanos,
una carga que llevamos desde nuestro primer aliento,
y que solo se disipa con nuestra última bocanada de aire.
El genio no existe sin evidencia tangible,
nuestras ideas solo cobran vida cuando se materializan.
Estas palabras incólumes se hacen patentes a vuestros ojos,
pero antes de ello, ¿qué son?
Un potencial latente,
esperando a ser descubierto.
Mis palabras pueden no germinar,
eso lo sé muy bien,
pero mi potencial existe
como un halago que se hace a los demás.
Y en el mundo de las ideas, todo comienza con un pensamiento.