¿Que podría darte yo que fuera tan bello como lo que me diste?
Tu libertad.
Te libero de mí, de toda la carga que es intentar quererme.
Te libero de mí intensidad, de ese afán mío de querer ser único en tu vida.
Te libero de mí necedad, yo doy mi cariño completo y siempre pretendo que me den lo mismo, un todo que nadie está dispuesto a entregar.
Te libero de mis celos absurdos, siempre infundados pero alimentados por esta percepción que me condena pero que poco se ha equivocado.
Te libero de ésta necesidad de hacerte parte de mi vida cuando es claro que tu vida ya está llena, con todos los lugares ocupados. Mi mundo ya no cabe en el tuyo aunque yo intenté empaparme de todo lo que me significas tú. Tu tierra, tu belleza, tu historia.
Te libero de mis días negros, de mis silencios desesperados por escucharte, de mis ganas de cuidarte, de mis tristezas y de mi soledad, que muchas veces llevó suavemente una caricia con tu nombre y eso la hizo amable muchas noches.
Te libero de mis kilos, de mis años, de mi ignorancia, de mi inseguridad...
Te libero de mí admiración, de mis elogios que nunca encontraron respuesta como si fuera una vergüenza que el mundo supiera que había un sentimiento entre nosotros. Un cariño.
Te libero de mis letras, siempre imprudentes, pero que intentaron contar una historia que no debió ser y ser reveló para nacer, pero que se fue muriendo con el paso del tiempo y solo yo quise mantener viva inútilmente...
Te libero de esa llamada obligada cada mañana y cada noche, que más parecía para ti una obligación que un gesto de cariño.
Me diste tanto, que lo menos que puedo yo regalarte es la libertad de no volver a ocuparte de mi.