Me camina un sendero verde
con sus montañas y colinas.
Un sendero prestado
de ese mar inmarcesible que suspira.
A trote pausado y vacilante va
la gaviota por la orilla.
LLega un viento muy remoto
con sus olas extendidas.
Su vestido es flor de loto
ensombreciendo el llano ardiente,
y desprendiendose mar adentro,
se desplaza por su vértigo
la gaviota encandilada,
por enigmas de ultramar.
Las honduras de el sendero
tienen pulmón inmortal.
Ayeres
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