Me acuden insectos en las órbitas
elementales sufrimientos torcidos minerales,
rectángulos gestados desde el pie matemático,
lagunas desde austeras versificaciones.
Me acuden visitas vituperables, esenciales confrontaciones,
restallar de látigos en los glúteos impasibles,
escupitajos de lagartijas marginales diapasones,
triturando temperaturas desconvocadas.
Me asisten largas volutas de incienso,
instados dioses y una toalla de sangre,
esa protuberancia de los cuerpos cuando se hallan
en la noche. Regresan no sé si dioses
o venerables ídolos, no sé si viajes indecisos
a través de sombrías capas de viento.
Tengo que ponerle comas y puntos e interrogaciones,
a estos mismos demiurgos que atraen su esencia
destartalada, su flema azul celeste.
Sus dedos largos escancian un vino azul,
sus roturas de pétreos pedestales, buscan dentro
de mí y de mi cuerpo, azul de índigo nativo.
A veces, cuando la luz es de luna, imagino
una proyección entre mis cortinas, dejándome
sustancias nocivas en mi costado ardiente,
en mi pluralidad de hombre eminentemente
ecuestre. Su diagonal pasivo, su rectángulo
de complexión experta.
©