Cómo se extrañan las mentiras
que pasaron,
el soliloquio que escapa
por todas las ventanas
de todos los oídos, las alegrías
de los espejos rotos, las nostalgias,
las solas soledades, la compañía
sempiterna celeste y distraída,
donde los ojos penetraban intensos,
en toda la longitud de la piel,
plenamente el inmenso contento
de la una ilusión verdadera, en el amor;
equilibrio comunicante de los ecos
de las voces cálidas, de esas voces
y esos puentes de las risas,
y los motivos, los pretextos,
los caminos, el movimiento, los pies,
la sincronía, los sueños, los ánimos
sueltos a la vida silvestre, distraída.
Las manos con ganas de tomar, los cuerpos
con ganas de abrazar, las almas en una sola
sensación, los misterios insondables
de una carica, las satisfacciones,
las contradicciones, los hechos.
Los detalles tan colmados de pureza,
desprendidos como árboles al viento.
Y de repente, resuenan en los pechos
otras realidades, sentimientos diversos
dispersos, se diluye el amor en una fina brisa,
y deja sin aliento, y llorando en la desdicha.
La estima se desvanece como hoja seca al aire,
y es donde los finales se terminan.
La espina del dolor, por causa del amor,
es honda herida, a veces compartida,
en la profundidad del alma,
entre los que se aman, se quieren,
se desean, se estiman, se piensan,
y se dañan, se lastiman, se necesitan,
y se quieren, se perciben en una soledad
tan unida, dividida, y muy estrecha,
como muy complicada, imposible
y probable incertidumbre, envuelta
en un misterio.