Veo las manos
cansadas de marinos
con sus cachavas.
Manos de agosto
heridas por los remos
y vendavales.
En el invierno,
se encogen y calientan
sobre las brasas.
Manos preciadas
que izaron aparejos
buscando pesca.
Se lastimaron
con roces y con golpes
en las traineras.
Fueron amigas
de anzuelos y sedales
para la pesca.
Y el fiel reflejo
de frentes con arrugas
de sol a sol.
Veo las manos,
y al verlas, me estremezco,
¡son de mi padre!
Y es que estas manos,
tan rudas y curtidas,
tienen ternura.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/08/23