A ti mujer, leonesa
He aquí, pues niña mía, bella orla leonesa,
bendigo tus encantos de noble satiresa,
sublime y especial.
La antorcha de tus ojos enciende las pasiones
y así, completamente te ven los corazones
del palio terrenal.
Las calles son pretiles que adoran dulcemente,
teñidas por la gracia como hace la corriente
cruzando la ciudad.
No olvides estas letras, insignias del derecho,
perfectas esperanzas del campo satisfecho
y amante de verdad.
Mujer de rojos labios, sonrisa encantadora,
he aquí tus versos tienes del bardo que te adora,
pues guárdalos así...
así, como este aedo que hoy dice lo que siente
después de tantos días soñando plenamente,
pensando solo en ti.
He aquí, pues ya lo sabes por medio de este escrito
el nexo que entre todos divaga como un mito
en aras de placer.
Hoy todo me confirma que sin decirnos nada
llegó el amor de pronto con solo una mirada
de un pleno atardecer.
Mujer de tiernas manos y labios purpurines,
se inclinan a tu imagen los regios paladines
danzando sin cesar.
Mujer de cutis clara, leonesa florida
el haz de tu retrato me dice que esta vida
se vuelve como el mar.
He aquí, pues niña mía con salmos de un amante
te digo, no derogues, así, sigue adelante
con la fe puesta en Dios.
Un día como tantos sabrás que ya venciste
y no tendrás motivos; razones de estar triste
y será... acá entre nos.
Samuel Dixon