No es que pretenda enamorar alguna rosa
cuando me visto de alcornoque,
quizá se pose en mí una mariposa
o una libélula en su vuelo me toque,
o venga una grulla a alimentarse
de mi fruto amargo,
que cada cual tome de mi lo que quiera,
que me invada lo que me invada
y que me extraigan la savia
si se tiene el valor suficiente,
ya dejaré mi simiente
en manos o boca de cualquier tierra
que rodee mis raíces,
y me mantendré en pie
aunque tenga que beber
de botellas cerradas con pedazos de mi piel,
algún día me veré amanecer cansado
y ya dejaré deshojar mi locura
-que tanto inquieta-
y me entregaré a la lluvia
que me lave los daños de mi corteza
y daré mi último respiro
en cualquier bocanada que me lance el viento de la rambla.