Dime, si alguna vez tu corazón latió;
si la sangre en tus venas ardía como
un caudal desbordado de pasión;
y era justo ese calor
el que nos mantenía vivos.
Dime, si en las mañanas al despertar
tu cuarto es una especie de Antártida
porque yo ya no estoy ahí,
para envolverte en mis brazos
y calmar tu tempestad.
¿Acaso no se estremecen nuestros cuerpos?
cuando caídos en la infinitud de la noche
solo nos acompañan las heridas
mientras padecemos en solitario...
¡con todo lo que fuimos!
¿Acaso no nos evadimos de la realidad?
porque en vez de perpetuar el instante
elegimos apresar el dolor causado
por convertir los besos en flechas...
¡cómo nos despedazamos!
Y ahora sé que fueron aquellas palabras,
que de tus labios nunca escaparon,
las que me enseñaron una lección:
que la lengua promete,
pero el corazón no.