Absorto, solo y azorado
entre cadáveres
camina lentamente el poeta;
bebe de las charcas
y dormita a la vera del camino polvoriento.
Ya no escribe,
se limita a sentir las ráfagas nocturnas
de agosto bajo la luz helada de la luna.
Él también es un muerto
construyendo nostalgias
y repitiendo su propio nombre
como oración secreta
para no perderse del todo
entre el afán de los días
y el desaliento de su alma atormentada.