Cuando te conocí,
estuviste distante,
alejada,
tu mirada vagueaba
como si no sintieras
mi presencia,
o rechazando la energía
de mi existencia.
Cuando escuchaste mi voz,
tu semblante cambió,
se sentiste atrapada por mi música
y no querías alejarte de mí.
Pero ya eras de otro.
Otro que no te apreciaba.
Otro que te maltrataba.
Estabas atrapada, sin saberlo,
sin fuerzas para escaparte
de aquella amenaza.
Pero te arremolinaste
a mis palabras,
sentiste mi calor
en la distancia,
percibiste mi amor
tímido y callado,
pero tú,
que eras poeta,
soltaste tus amarras,
y con tu mirada inquieta,
me conmoviste,
te confesaste,
comprendi tu tristeza,
me hice tu amigo,
tu paño de lágrimas,
en tu tristeza,
pero me tenías a mí,
siempre apoyándote,
hasta que te desapareciste
por un tiempo.
Me dijiste que era el teléfono,
luego que irías a las montañas
por tu trabajo,
pero en mis recuerdos
te imaginaba en una cárcel.
Ahora ya estás de nuevo de vuelta,
me das tu número con timidez,
como si te sintieras culpable del silencio.
Y yo, que me emociono
al imaginarte de nuevo,
al escuchar tu melódica voz imaginaria,
tus canas incipientes,
en tu pelo lacio,
tus ojos negros inquietos y brillantes,
la comisura de tus labios, asiáticos,
tu morena piel de canela,
tu cincelada cintura,
y tu mensaje oculto del amor.
No puedo más que
soñarte en mi almohada,
enjabonarte en mis sueños,
y abrazarte en las noches
de intenso frio.
Así es mi amor,
pero yo, que quiero salvarte,
no puedo,
soy el reflejo,
de un amor cansado,
agotado,
agobiado,
pero sin fuerzas para
ir a rescatarte.
Con los temores del futuro,
con una edad a cuesta,
que no se si, la has medido,
es extraño este amor,
que se hace imposible.
Aunque tu vida ha cambiado,
ya eres libre para desandar caminos,
ahora soy yo que me confieso en este campo
minado de alambres.
No puedo,
no debo,
debes encontrar un amor cierto,
el mío no tiene fuerzas para continuar,
solo vivir de pasiones efímeras,
como los muchachos,
soñar, soñar
que eres mía,
es mi destino.