En las sombras del primer verso,
donde el amor tomó su forma,
un sentimiento, sin exceso,
en su infancia se encontraba tímido y tierno.
Por caminos retorcidos de enfermizo anhelo,
el deseo creció, una bestia insaciable,
la verdad, una revelación aguda, un grito desgarrador,
la realidad desplomó la fantasía, dejando solo rastro de su huella.
Luto declarado en la silueta de un corazón amputado,
cortado, sangrante, pero todavía persistente,
un eco en la noche, un dolor fantasma,
un duelo eterno, un alma cansada y herida.
Sin embargo, en la lejanía de la tormenta,
un destello de síntesis y comprensión,
la impermanencia se levanta, firme y clara,
una verdad universal, constante en su cambio.
Un día me rompí, la frase resonó,
pero no fue una derrota, sino una renovación,
una visión panorámica de una vida fracturada,
una celebración de piezas que caen y renacen.
Ahora, la impermanencia es el baile,
el ritmo de la existencia, una sinfonía tranquila,
una aceptación de la vida en su forma más pura,
una sonrisa en días tranquilos, una marca en el alma.
Porque todo cambia, y siempre cambiamos,
en el flujo constante del tiempo y del ser,
la impermanencia es la única constante,
el único verdadero refugio, la única verdad serena.
Mira la vida, con ojos abiertos y corazón tranquilo,
porque ahora eres un navegante de la impermanencia,
un capitán en mares eternamente cambiantes,
un poeta de la vida, un alma en constante evolución.