Ahí, cuando los sentimientos cohabitan entre sí, y las ganas ganan la batalla... en una guerra sin cuartel, terminando en un lecho... deshecho.
Cuando la mirada acaricia el descubierto Triángulo de las Bermudas y con generosidad desmedida se ofrendan a la vista las húmedas orillas de una rosa orquídea en el paraiso perfumado de escondidas y codiciadas bondades, de jugosas mieles en pétalos mojados.
Ahí, donde la vida puede morir intensamente... y la muerte yaser muriendo por una sobredosis de vitalidad acumulada, sin saber si se llega al cielo, o tocan las dos almas el mismo infierno; o solamente pasean por el limbo sus culpabilidades, al zambullirse el uno, y engullir, la otra.
¿Culpable tú? ¿Culpable yo?
No. No es posible se ensañe la culpablilidad en dos corazones que, latiéndo al unísono, se desprendieron del pecho que aprisionaba, y se ataron en un solo fuego pasional, intenso, voraz y envolvente, cual ritual festivo y ardiente con chispeantes llamas, en honor al mismísimo y lujurioso Eros.
He ahí la situación anhelada por todo hombre y propiciada por un rayito indiscreto, que escapado de unas féminas brillantes pupilas, encendidas, disolutas, en directo y sin escala a un palpitante ansioso.
© Eloy Mondragón