Al filo de una de las noches de noviembre, un suceso etéreo sucumbió en un inminente e inquietante escalofrío racional, robándome la atención de manera firme y con espanto.
Cierta existencia inmarcesible en polos iguales merodeaba con intensidad en mi pensamiento; resilente y callada, entre el arrebol de sus ojos una sensación se disparó al infinito.
La falsa limerencia perenne me acogió con su nobleza, ternura y el regazo profundo de su mirada me hizo encontrar descanso y un deseo alborotado.
El ósculo que con su presencia detonaba en mi cara, sin duda alguna me sumergió a soñar despierto y en un sueño de dulce desvelo me quedé a contemplar su imponente color, su contraste de luz creando pequeños arcoiris.
Esa textura, vaya inefable el momento!
Aún así emitiendo una luz débil pero visible en la oscuridad, me sentí afortunado por el hallazgo inesperado. Buscaba el lado oscuro de la luna, pero de pronto apareció Saturno y tú.
Tan sublime, oh dulce caricia de invierno! Honestamente me deleitan tus polos.
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