Carmen Ubeda Ferrer

Un pueblo Santo

Aquel pueblo tenía

el nombre de un Santo…

y como santo se sentía el párroco

y, todos sus parroquianos.

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Es un sábado de septiembre,

el pueblo se afana que,

ya de buena mañana,

sale de romería la procesión,

hacia la ermita engalanada

del Cristo del Santo Perdón.

Todos portan en su mano

una rama de romero perfumado

que dejarán a pie de altar,

antes de comenzar la misa

en tan sagrado lugar.

Solo una joven madre,

tan joven casi una niña,

no lleva romero en la mano,

en sus brazos duerme un niño

que, no a mucho,

de su seno fue sacado.

Se celebra la misa,

la misa es de Redención,

el sermón para el perdón

de quien te haya dañado.

Terminada la Santa Misa,

el párroco con cortesía,

invita a los feligreses

a besar los pies

del santo Cristo crucificado.

Todos en fila se acercan,

hasta el altar bendito,

algunos cuchicheando,

y mirando de hito en hito,

a la joven madre que

abraza amorosa a su hijito.

Cuando llega la joven

ante los pies sagrados,

y va a posar su beso,

se adelanta el señor cura.

-Hija, tú no puedes besar al Cristo,

ni estás casada ni tu hijo bautizado-

Se oyen murmullos de aprobación,

de los santos parroquianos,

ante tal exhortación.

Se va la madre con su retoño

y se llega hasta el arroyo,

y allí se deshace

en lágrimas de gran dolor.

Mas el agua del arroyo

que corre muy cantarina, le dice:

no llores más niña mía

que tienes el perdón de Dios.

 

Carmen Úbeda Ferrer ©