Tú, con tu piel manchada
y el vano deseo insensato
la prefieres inmaculada
para ofrecer amor un rato.
Tú, como el colibrí se posa
en cada rosa del sendero,
pretendes como esposa
a la mejor flor del jardinero;
tú, la quieres casta y pura
cómo la aurora pristina
cómo la miel y su dulzura
cómo la luz blanca y divina;
tú, susurras como enjambre
a la reina pura del panal
llegas con sed y hambre
a otros caminos del mal.