Alberto Escobar

Callado

 

Proust decidió encerrarse en su estudio parisino, hacia mil novecientos catorce, para terminar su magna obra, que ya iniciara hacía unos siete años. Para asegurarse el silencio hizo recubrir sus paredes de corcho, y pagó a los operarios para que, una vez terminaran el entapizado, no prosiguiesen con la obra en las estancias del piso de arriba. 

—sobre la necesidad de silencio.

 

 

Callado. 
Me gusta estar callado,
oír ese trino que entra,
el viento rozando las hojas,
la lluvia, cuando llueve,
mojando la luz de los neones,
abriendo la prisa de los paragüas,
bañando la sed de las acacias. 
Callado.
Me gusta abandonarme a los relojes,
oìr como se rompe el tiempo
que segundo a segundo se pierde,
y que, como por arte de magia,
se rehace hasta convertirse en arena. 
Callado.
Me gusta guardar silencio,
que hable la vida que me rodea,
que se obre el milagro de lo que nace
porque algo antes acabó muriendo,
y que la última palabra nunca sea la mía
porque mi acento no importa, soy nada. 
Callado.
Me gusta oír el fragor de la sangre
contra las arterias, que la sístole 
sea solo una diástole prolongada,
y que el sudor que la emoción llama
sea una sucesión de gotas de Rocío
que, cayendo espalda abajo, rueden
antes de desembocar en la nada.
Callado. 
Me gusta que mi palabra pierda
su ortografía y se disuelva en el aire,
que de tanto pronunciarse olvide
su aroma y caiga marchita de su rama, 
y que salga del diccionario en busca
de otra semántica, de otro sentido.
Callado.
Me gusta imaginar que te beso,
que lento mi boca y tu boca 
se hacen una sola, con dos orificios,
con cuatro labios de donde mana
la saliva más embriagadora 
que jamás se pueda pensar,
y que las feromonas, que dentro
duermen, salten al aire tocando
un suceder de violines y flautas. 
Callado.
Que tu voz y la mía sean un unísono 
de amor y aroma, de ternura en salsa.
Sí, que seamos silencio, maná escaso,
invisible campana neumática bajo 
la vorágine y el denso tráfico. 
Callado.
Callado como Proust bajo el ruido
insaciable de un París naciendo
al nuevo siglo, y los carromatos
dejando espacio a los coches,
el ajetreo imponiéndose a la molicie
muda y sorda de cuando la máquina
era solo una entelequia, un proyecto. 
Aquí, ahora, entre tinteros e intenciones,
voy navegando por entre mis pensamientos, 
crepitando bajo una vivencia tan plena,
tan profunda, que casi me paraliza los dedos,
casi me deja las yemas incapaces de pulsar,
una tras otra, la sucesión de letras blancas 
sobre fondo negro que se despliega delante. 
Callado, Rociando mi sentir en este espacio.