Elizabeth Maldonado Manzanero

Obscurecida

Baje la frente con hondo pesar de seguir viva y seguí

seguí caminando, caminé y caminé sin oír ni mis pasos

pesarosa, dolorida, sanguinolenta, infecta de cólera

toda herida y enfebrecida de espanto.

Los hombres a mi paso se apartaban, los niños señalando

preguntaban y reían, las madres tironean de su brazo

causando más herida con miradas de asco que lastiman.

Avance y avance con los perros ladrando tras de mí.

¿Qué pasó? Mi mente confundida me preguntaba

y yo lenta seguí avanzando con el escote ampliado

mostrando carne morena manchada como con tinta

de esa que no se borra así tañe y siga y siga tañando,

los cabellos revueltos en fango, con olor a putrefacción

caminando sin aliento con hondo pensamiento

y una ponzoña escurriendo entre mis piernas

con el miedo señido como un sudario que amortaja

cuerpo vivo- cuerpo hierto que aún hoy sigue andando.

Temblando y balbuceando buscada, estirando medrosa la mano  

con la mirada anémica de esperanza, la ayuda que se demoraba

en las horas de este calvario, topándome con altos muros

de indiferencia, de desconocimiento y con esa perturbación,

con ese desconcierto de humanidad que me fue congelando

más como no, si era un duro retrato de mi andar fustigado

con cuerpo endeble, extinta sonrisa, voluntad menguada

estampa lacerante de mujer violada, enclavada en fantasma

de las calles qué el infierno saca a paseo en la memoria

de negros recuerdos que trajo una bestia a mi vida.