Mi cuerpo es hostia abandonada
desde el principio
de tu ausencia;
El reloj cojea, como si tuviera toda la vida
para llegar al alba.
La luna me mira y se enciende,
quizás recordando que ahora
estoy muerto dentro de algo
que se hunde
en la oscura soledad.
Tengo miedo por ti.
Quizás allí donde estas, alguna congoja
esté sobre ti
y no haya nadie
que pueda consolarte.
Pero, me digo: ¡Allí debería
estar Dios!
Y tú que conoces este lado
del espejo, sabrás que siempre
estarás en mí.
Sabrás que tengo miedo
que no exista Dios
y puedas sentir, como yo,
esta absoluta soledad.