Agotado ya del viaje
me paré en una taberna
en mitad de cualquier parte,
camino de Compostela.
Una vez recuperado
y recobradas mis fuerzas,
me aproximé a dos paisanos,
compañeros de otra mesa.
Con mi mayor valentía,
previa a un saludo cortés,
charlamos con simpatía
bebiendo vino los tres.
- Mi nombre es Pedro Muñoz
y éste es mi amigo Miguel.
-Yo soy romero de Dios
y me llamo Bernabé.
Adquirida la confianza
que el calor del vino da,
olvidando la templanza
pregunté en curiosidad:
“Sin pretensión de molestia,
¿Hay alguna explicación
que me sirva de respuesta
ante tan rara visión?
Algo extraño apareció
en el desvío hacia el pueblo
y prestándole atención
se me convirtió en misterio.
Los árboles del camino
que hasta esta aldea conducen,
los he encontrados caídos,
como dormidos de bruces.
Chocante imagen doliente
debiendo ser de hermosura
pero algo extraño se siente
que me alejó con premura.”
Se callaron al segundo
al oír hablar del tema
y entendí que algo profundo
sucedió en aquella tierra.
Pedro tomó la palabra
y se atrevió a comentar
sobre una historia de magas
que ocurrió en aquel lugar.
“Será una historia de pueblo
lo que te voy a contar
pero te aseguro, pero,
que pasó y es de verdad.
El amor cazó en sus redes
a dos jóvenes aún tiernos
y les hizo complacientes
a caprichos del infierno.
La moza era antojadiza,
consentida y caprichosa,
y el zagal alegoría
de la bondad más hermosa.
A la salida del pueblo,
por el camino que entraste,
se llega hasta el cementerio
en un cruce que pasaste.
En busca de soledades,
de pasiones y aventuras,
los dos jóvenes amantes
disfrutaban de las tumbas.
Se comenta que una tarde,
plomiza de puro invierno,
en su paseo de amantes
vieron las flores de un muerto.
Estando fresco el manojo
había una dalia negra
que destacaba a los ojos
de todo aquel que la viera.
La niña le pidió al niño
que por favor la cogiera
y que sería el indicio
del amor que se tuvieran.
El muchacho tuvo miedo
de quebrantar la serena
quietud de los cementerios
por simple capricho de ella.
Se volvieron discutiendo
sobre dudas del amor
y el muchacho fue perdiendo
la batalla de los dos.
Se dice que a la mañana
cuando la niña se alzó
se encontró sobre su cama
la dalia que le pidió.
Se levantó a la carrera
con esa prueba de amor
y bajó las escaleras
que daban con el salón.
Se encontró sin esperarlo
una gran congregación
de mayores cabizbajos
llenos de preocupación.
Su padre le dio una silla
y en la frente la besó
al tiempo que le decía
que su novio falleció.
La joven no lo creía,
era imposible que fuera,
porque en su cama tenía
la dalia que le pidiera.
Lo que pasó no es de humano,
el muchacho apareció
sobre la tumba y el ramo
en el suelo y ya sin flor.
En el día de su entierro
todo el mundo pudo ver
lo que hoy aún yo recuerdo
como si fuera anteayer.
En desfile y son divino,
al paso de su cortejo
los álamos del camino,
uno tras otro, cayeron.
La muchedumbre rezaba
ante tanto desenfreno
y aceptó lo que pasaba
como un milagro del cielo.
Ese fue su último exilio,
también su postrer paseo
y los árboles caídos
son testigos de los hechos.
De la muchacha y su vida
poco se puede contar,
se marchó con tez marchita
a un convento a meditar.”