Amar duele, es lo primero que se me viene a la mente cuando pienso y pienso y pienso en todo lo que me rodea... Pero eso es solo cuando rasgo la superficie de lo que mi mente trae a mí como concepto de amor.
Amar no solo debe doler, sino, también debe traer gratitud en medio de la desolación, debe calmar las aguas que se mueven rebeldes en el pecho cuando rozamos en el camino el apego que se adhiere a nuestro amor como un parásito que busca confundirse con el entorno, absorbiendo todo lo que puede de su hospedador, dejándolo vivir para así garantizar también su existencia.
Pero todo no termina allí y es que cuando se comienzan a derretir los maquillajes de las ilusiones y de los idealismos, es cuando ese elemento se muestra como lo que es: una construcción deforme que nos extrae de la vida.
Que nos infunde miedos fuera de nuestro control.
Amar duele, sí, pero también nos hace valerosos, nos hace pacientes, nos ayuda a sanar, nos da esperanza y el impulso que tal vez necesitamos cuando todo se ve perdido. Viene en cualquier dirección, se manifiesta de cualquier forma, pero siempre, manteniendo la misma esencia: jamás se acaba. Porque el amor no es algo que podamos reunir entre las manos, el amor no se crea ni se destruye, tan solo, al igual que la materia: se transforma.
Nos volvemos espejos de ese amor, lo reflectamos, nos convertimos en repetidores de ese estímulo energético celestial,—porque es casi imposible pensar que algo tan perfecto pueda ser creado por nuestras limitadas capacidades humanas—. Es ese empujón de buena suerte que nos lleva a cambiar el mundo, sacando a la luz nuestras carencias y admitiendo que no podemos solos, que necesitamos de la mano calida del otro.
Amar es un pseudosacrificio, porque nos lleva a emprender cruzadas misteriosas que nos posan en parajes de duda, de desesperación, de intriga, para luego consumar el viaje, pero no siendo los mismos sino, con todo el corazón ocupado por las nuevas lecciones aprendidas.
Amar es la memoria de los milagros del mundo, dónde todos comparten ese inexplicable origen, pero se materializan por vías distintas. Amar es un poema que solo rima con decisión, compromiso y esfuerzo en los oídos de quienes aceptan el reto a salir lastimados.
Amar es desnudar el romanticismo y dejar en carne y huesos al perfeccionismo. Consiste en abrazar las espinas y los rincones opacos de los demás, en entregar la otra mejilla esperando recibir un beso y si se repitiera la bofetada, ese mismo amor sería el razonamiento que nos indicaría los nuevos aires que debemos tomar y cuántas veces debemos rezar por quiénes no entendieron que merecen ser amados y que la furia que los disfraza no los deja ver toda la pureza que nos hizo suspirar al verlos.
Nunca he podido concibir el amor como la sanación a nuestros problemas, pero sin lugar a duda alguna, es el catalizador que nos lleva a ponernos en acción para sanar, pues el tiempo por si solo no cura las heridas, son nuestras acciones las que nos hacen sanar, así pues el amor se abre paso, grieta a grieta hasta «zarandear» nuestras debilidades y desmoronarlas.
El amor nos vuelve sangrantes al unísono de lo que destruye a nuestro amado, nos confecciona garantías de que todo pasará y que más temprano que tarde nos volveremos a encontrar con nuevos mundos, con nuevos lugares seguros . El amor nos mantiene alertas ante la llegada de los que vienen sinceros a el encuentro del reflejo cálido que Dios nos entrega. El amor nos hace mansos a quienes quieren ser mercenarios de nuestro tiempo y de nuestro interés.
El amor es como el agua que se evapora por el inclemente sol... Pero con la confianza de que en algún momento,
volverá a ser mar.