RICARDO V

El adiós de un amor callado

Yo sé bien que vos tenéis alma de lluvia

y de cuerpo, portáis cuerpo de manzana,

y al oír el suave canto de unas hadas

me despierto y reconozco su figura.

 

Pero navego perdido en la marea

como un marinero sin puerto ni faro,

como ese loco pájaro extraviado

al que el viento lo trastorna y lo doblega.

 

Ando yo caminando entre tinieblas

sin esperanza de vos, con desaliento,

más mis manos temblorosas por el miedo

ya no ciñen el acero por bandera.

 

Me ha podido la constancia del desdén

y no alcanzo a encontrar otra salida

que me alivie la razón y altanería

y me niegue la ocasión de no creer.

 

¿Acaso he de entregarme ya derrotado

y no concebir de vos una sonrisa

que me dé el valor que mi ánimo precisa?

¿Acaso he de morir mustio y resignado?

 

Impreco al amor que me prendió cobarde

sin acechar siquiera, como tormenta,

y perdí las guardas que a este amor ahuyenta

pues la sangre que me corre es vuestra sangre.

 

Os persigo y os acoso como ninfa

que se esconde nebulosa en mis entrañas,

más la lumbre que alimenta mis plegarias

por buscaros y no hallaros está extinta.

 

Hasta aquí he caminado y me he parado

pues la falta de cariño también quiebra

al aliento más hercúleo en fortaleza

y hasta mi ánimo valiente es derrotado.

 

Ya mañana no habrá sol en mi ventana,

más lamento despedirme así de vos

esperando que estas letras con mi adiós

las leáis y recitéis con voz muy alta.

 

Yo me di sin vos saberlo, sólo a vos,

sin hallar señal alguna por respuesta

y aun partiendo quedará mi alma despierta

por si osáis mandarme un beso o tal vez dos.