Ella volvió a casa. Le costó entrar. Puso las dos maletas en el porche, buscó bajo la alfombra la llave de seguridad y no estaba. Intentó golpear la puerta, pero se contuvo. De repente por su cabeza pasó como un relámpago, un grito que se le hacía familiar-¡Vete! ¿Eso es lo quieres? ¡Vete y no vuelvas más! Y ella decididamente tomó sus dos maletas y corrió llorando, abrió la puerta del BMW convertible en la que yacía sentado al volante, aquel chico blanco, elegante, con gafas negras, inmutable miraba fijamente hacia adelante. Otras veces había resultado muy elegante. Casi siempre saltaba y le abría la puerta como si ella fuese una artista de Hollywood. Pero esta vez, ni siquiera mostró compasión, ni una mirada, por la forma como aquel muchacho ebrio la estaba echando. (Continuará)