Las aves,
libres todas
aun antes de romper cascarones,
nacen sabiéndose.
Vuelan acompañadas del miedo sutil
y el arrojo que les presiente.
Bajan a explorar su alimento,
o su prisión.
Y la primera noche
se descubren entre rejas,
que con suerte
serán plateadas
como el celeste que las contempla,
pero no puede ayudarlas.
Barrotes angostos
donde no quepa el pico,
un bebedero reluciente
y por cebo
media libra de alpiste,
o el herrumbre de una trampa
corroída por la ambición y la crueldad,
vacía y colgada a la interperie.
El ave
olvidó sus sueños de ángel caído
y ahí adentro
chispaba cuando caía el rayo de ese sol
que prometía esperanza:
-todo irá bien, se dijo
y comenzó instintiva, su canto.
Desconocía que aquel cazador
pronto la iría silenciando,
cuando su silbido
opacara su vanidad
y trastornara el colmo del amor
en odio de alas rotas.
Yamel Murillo
Omisiones
De vuelos y quimeras©
D. R. 2017