Abre la ventana,
quiero ver el mar.
—últimas palabras de Rosalía de Castro.
Ayer descendí.
No fue un descenso vertiginoso, no,
solo fue un mirar por una ventana trasera,
un mirar a la estela que voy dejando,
un ver cuánta espuma arrastra, cuánto dulzor
se lleva para dejarme agrio, cuánta posibilidad
no me queda tras el adiós que entraña, cuánta...
Ayer, sí, ayer fue...
Cuando me despierto, desprendido, aliviado
de toda la pesadez de la sangre sobre mis pulmones,
no puedo más que respirar el aire, todo el aire,
el contingente entero que llena mi habitación,
y esperar; esperar a que el sol salga.
Hoy también ha sido, y sigue siendo...
Veo reflejado al trasluz esa estela, ese flujo
supersónico que si fuera un avión de las alturas,
esos que apenas se alcanzan a ver y que vuelan
a unas velocidades impensables, expele y que,
simplemente, consiste en el vapor de agua
que el contraste temperatúrico genera.
Sigo siendo, una estela.
Me siento cometa cavilando sobre la filosofía
que circunscribe esta reflexión, una cabeza
con cola abundante, larga, espesa, es decir,
un espermatozoide —lo que empecé siendo...
Es en ese momento en el que estoy, ahora,
que escribo estas líneas; aterrizando en el origen,
hacia el seno paternal donde parte de mi misterio
se forjó —porque la otra parte, la tierra madre,
aguardaba la llegada del mensaje, del mensajero,
la otra cara de la moneda cuya efigie soy yo,
con mis luces y mis sombras, con todo lo que me es,
me define...
Sí, delante de esta pantalla-espejo, donde el reflejo
se va haciendo insoportable, insondable, insoslayable.
Pienso ahora que tengo unos niños, un amor en ciernes
que ha nacido fuerte y crece como criándose feliz
en un entorno agreste y con agua fresca, ilusionado
de un amor puro, imperecedero, aunque es pronto
para aventurar nada, pero lo siento, y cuando siento
siento cátedra —mi intuición es proverbial en quien
me conoce, en estos contornos...
Lo sé, y ayer descendí. No se olviden...
Una coincidencia.
Una luz entró al mismo tiempo que recibía una llamada.
Lucía estaba in albis, apenas los ojos abiertos tras esfuerzos
y esfuerzos detrás de la barra de un bar. Ella es mona,
siempre con una sonrisa para quien levantara una mano
en busca de una copa; pero no sabía que...
Cuando llegó a casa vio una cama deshecha, con las sábanas
calientes todavía, y el amor huyendo de extranjis...
No tenía fuerzas para pensar, tenía mucho sueño.