Esa noche la vi feliz,
cansado del trajin,
le dije, me quiero ir.
Llévame a casa, amor,
era mi petición,
mi inusitado clamor.
Algo superior me indicaba,
vete ya por favor,
mientras me veías
con discolo furor.
No quise insistir.
Salí y tomé la vereda
y solitario caminé
la calle y su soledad.
Pensativo avanzaba
por las rúas.
Poca gente, poca luz,
escoltaban mi vicisitud,
que surgió de mi,
sin plan ni virtud.
Algo extraño germinó
del singular adiós.
Cual ermitaño
llegué a mi destino,
paraiso cercano.
Me sentí satisfecho
y liviano.
Ya solo en mi cuarto,
pensando y orando
me arrodillé y existí,
Allí me dije,
no estás solo,
tienes tu gente,
amores y consuelos,
motivos y senderos.
Solitario ando,
me dije a mi,
estado ocasional,
que oteaba la fronda,
el mundo animal,
porque eso somos
en la urbe social.