Tengo mi voz entrelazada con una corona de espinas,
para poder decir a mi hijo que la patria sangra,
que de los surcos en la tierra,
no brota el sustento, ni germinan las flores,
y que el aroma del campo se esfumó
para dejar en el aire las penas del pobre,
encimadas sobre el hambre de los hijos,
y el dolor de la madre desamparada y vulnerable.
Tengo que decirle a mi hijo que es mentira el discurso,
del político sátrapa que enarbola heroísmos,
y del religioso perverso que enaltece la hambruna,
apelando a salvaciones que se ofrecen en cruces,
que se enriquecen con diezmos envueltos en miserias.
Tengo que contarle que hay mujeres sin vientre,
que han parido en el hambre un yugo que las doblega,
ante una sociedad ciega que las explota y enjaula,
ofreciendo guirnaldas de púas y espinas.
Debo hablarle de niños sin risas,
acostumbrados al frío,
y a la oscuridad de las calles,
de sueños sin lunas,
de esperanzas sin fiambre.
Debo pedirle que sea más fuerte que su padre,
que levante la voz como puño libertario,
que sea la llama de una tea que se eleva,
contra déspota y el político que estafa y engaña,
que su palabra sea escudo, sea azadón y sea arado,
para que abra el vientre de una tierra liberada.
De una tierra sembrada con el amor de una madre,
como el coraje del pueblo que abrió trocha y camino,
que venció la injusticia de ricos consagrados,
por religiones perversas que bendicen al opulento,
ofrendando a sus dioses el hambre del infortunado.
Debo decirte hijo mío que cuentas conmigo,
aunque mi voz siga entrelazada por la corona de espinas,
y el eco se disperse con los calendarios caídos,
cuenta conmigo, con mi pecho amurallado,
con la mirada taladrante que me regalan los años,
con mis ansias y anhelos,
con mi fusil cargado de sueños y amores,
con mi carne encallecida y mis huesos cansados.