Angel Rafael Anaya Puerta

LA ETERNIDAD

En la vasta inmensidad del tiempo,

donde los suspiros del pasado se desvanecen,

me encuentro en el umbral de la eternidad,

reflexionando sobre su insondable misterio.

 

La eternidad, oh divina paradoja,

un concepto que escapa a nuestra comprensión,

un abrazo infinito que trasciende el ocaso,

y se funde con el latir de cada corazón.

 

En su seno reposan las almas perdidas,

aquellas que partieron al otro confín,

susurros lejanos que aún resuenan en el viento,

y dejaron una huella imborrable en mí.

 

La eternidad, hilada con hilos invisibles,

entreteje nuestras vidas con delicadeza,

uniendo destinos, entrelazando sueños,

donde el tiempo se desvanece en su belleza.

 

En cada estrella que titila en la noche,

veo destellos de la eternidad que nos abraza,

un recordatorio de que somos parte de algo más grande,

una sinfonía cósmica que jamás se desvanece.

 

Pero la eternidad también alberga el dolor,

las despedidas que se clavan en el alma,

las ausencias que se tornan eternas,

y la soledad que susurra en la calma.

 

Aun así, en la eternidad encontramos consuelo,

la certeza de que los lazos no se desvanecen,

pues, aunque los cuerpos se fundan con la tierra,

las almas perduran y nunca perecen.

 

Así que celebremos la eternidad,

esa realidad infinita que nos envuelve,

y recordemos que, en cada latido, en cada aliento,

dejamos una marca que el tiempo no resuelve.

 

En memoria de aquellos que han partido,

y en honor a los sueños que dejaron atrás,

la eternidad nos acoge con sus brazos abiertos,

recordándonos que nuestra existencia no tiene final.

 

Que la vida sea un tributo a la eternidad,

un canto en honor a lo que trasciende,

y que nuestras acciones, por siempre,

queden grabadas en las páginas del tiempo.

 

Autor: Ángel R. Anaya Puerta

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