Camino, bajo un sol de estío,
entre veredas insolentes, por cauces
disecados, con abejas en los párpados,
como pámpanos de azúcar, que colgaran
de mis labios o de mis cejas, ambas.
Ando, despistado, trashumante, prófugo,
leyendo la cartilla a gentes desesperadas,
ocultando la lección de las alcantarillas
bajo un aspecto de hombre de las cavernas.
Instaurando el pretérito infeliz, dichoso
de albergar frescuras y frondas, sin saber
lo que hago, sin saber lo que digo.
Cejas que exudan humores y ternuras,
antiguas lides de combates ingenuos,
ando, bajo ellas, observándome y recorriéndome,
sin reconocerme.
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