ESPÍRITU OTOÑIZO
Gotas amarillas
se esparcen en la vereda.
Vegetal mantilla
que el otoño aligera.
Gélida brisa
acunada de esplín
acomoda y acomoda sin prisa
el verdor muerto, que otrora vi.
Y el árbol, así,
preso de su desnudez
no quiso ser alguacil
ni ave, ni perro, ni pez.
La creación toda clama
la esencia de su nacer.
Será árbol, y sólo árbol
¡Otra cosa no quiere ser!
Ya no cobija las aves,
ya no sombrea al perro,
en su visita diaria, sufre pero sabe
de esperanza y de consuelos.
No lo mortifican
las disciplinas humanas,
ni lo baña la disconforme avaricia.
Dichoso es con sus ramas.
Tiene la pena,
sufre la soledad del amor.
Ni un pájaro hoy queda . . .
¿Quién no tiene una pena? - ¿Quién no?
Pero sigue atento,
vigía alerta, deshojado pabellón,
cuando despierte el renuevo
el dice primero ¡Aquí estoy!
Y a pesar del crujir otoñizo
de su alma de viva madera,
el clima acerbo y estadizo
no lo doblega en su faena.
No lo vence el sufrimiento
No . . . No . . . No . . .
No lo vence el dolor
No . . . No . . . No . . .
Aún cuando está desfalleciendo,
por ser fiel a los planes de Dios.
Ángel Alberto Cuesta Martín.